El presidente Javier Milei organizó un cierre de campaña atípico: la visita a Washington no será un mero gesto diplomático, sino una operación política con audiencias estratégicas, aliados internacionales y una lista de tareas forzosas sobre su mesa. El gobierno aspira a clausurar la etapa electoral antes del 26 de octubre, pero lo que trae bajo el brazo es más cuestionamientos que aplausos.
Detrás del elogio público de Donald Trump y las promesas de respaldo financiero, se esconde una presión inédita: el secretario del Tesoro, Scott Bessent, intervino directamente en la agenda económica nacional, imponiendo condiciones que van mucho más allá de simples recomendaciones. El auxilio no llega gratis: exige reformas, resultados inmediatos y una nueva sumisión estratégica.
Milei, golpeado por derrotas provinciales y una crisis de imagen acelerada, necesita que la reunión traspase simbología y trascienda en actos políticos contundentes. El desafío no termina en Washington: debe revertir las elecciones perdidas, asegurar el control del Congreso y mostrar que no es un presidente con fecha de caducidad anticipada.
Sin embargo, las bases del poder local ya rechinan: reimpresión de boletas, resoluciones judiciales a favor, intervenciones arbitrarias, escándalos recientes… Milei no puede transformar la política viva con recursos internacionales si no consigue mostrar transformaciones reales en el país.
Lo que está en juego no es solo un triunfo electoral: es la capacidad de imponer un gobierno con mandato real y pulmón propio. Una vez termina el paso por la Casa Blanca, las cuentas se deben pagar ante la economía, la calle, los sectores postergados y los pueblos que no ven reflejada su gestión.
Si el cierre de campaña será en Washington, los actos decisivos se jugarán en los próximos días dentro del país. Y ahí no habrá intermediarios ni flashes que oculten lo que está por venir.